A principios de enero volvió ese temor de una guerra mundial. De nuevo, Estados Unidos asumió su papel de policía del mundo y le dio la bienvenida al 2020 con un ataque a un presunto líder terrorista iraní. Me llegó a la mente la letra de un viejo éxito del grupo Límite, famoso en los años 90, imaginen que todos los países del mundo se la cantan al país vecino: “Yo te sigo y me pisas sin reparar jamás en mí. Bebo siempre de tu mano, soy oveja en tu rebaño y te odio y te amo, muy a pesar de mí. No buscaré culpables yo lo soy, porque cuando me llamas siempre estoy…dispuesta a todo”, así se canta la letra de Y te aprovechas.

Donald Trump ordenó el 2 de enero un ataque contra el comandante Qasem Soleimani, jefe de la Fuerza Quds, un grupo de élite con misiones extraterritoriales, considerado grupo terrorista, héroe iraní de la guerra contra Irak en los años 80 y estratega, dicen, del presidente Bashar al Asad contra los rebeldes en Siria. Con un dron lo asesinaron en Bagdad, Irak, por donde se paseaba como Juan por su casa.

Curioso. Justo dos semanas antes la Cámara de representantes aprobó el juicio de destitución contra Trump por abuso de poder y obstrucción al Congreso tras el escándalo de la participación de Ucrania en el proceso electoral que lo llevó a la presidencia. Una situación parecida sucedió del 16 al 19 de diciembre de 1998, a punto de votarse el juicio contra Bill Clinton por un escándalo sexual.

El ala crítica ha señalado que Trump trató de levantar una cortina de humo para evitar que la opinión pública estuviera centrada en su presunta manera sucia de llegar a la presidencia. Cortina de humo es un concepto de origen militar: con humo se impide al enemigo ver los movimientos propios de una tropa. En términos sociales y políticos, es todo aquello que sirva para evitar que la gente sepa o vea un hecho importante. En 1997 se estrenó la cinta “Wag the Dog” del director Barry Levinson, donde un asesor del gobierno estadounidense, contrata a un director de cine hollywoodense para que invente una guerra que pase por televisión para desviar la atención de un escándalo sexual del presidente, a unas semanas de las elecciones: “No se puede tener una guerra sin un enemigo… Podrías tener una, pero sería una guerra muy aburrida”, dice uno de los personajes y sintetiza la vocación de Estados Unidos por generar una dinámica social a partir de los enemigos que quieren atacar, invariablemente, a su país por su poder económico o su liderazgo.

En las 27 enmiendas, como se conoce a su Carta de Derechos, de la Constitución estadounidense está dibujado su espíritu: la segunda establece el derecho a poseer armas y la tercera habla de tener derecho a alojar soldados en casas privadas en tiempos de paz. El discurso de guerra fue generado tras la fundación del país, donde lucharon contra los ingleses y franceses.

El patriotismo ha sido el capital político de los gobernantes estadounidenses, que ante cualquier crisis, apelan a los enemigos del país que, según su discurso, buscan invadir, cambiar, atentar contra sus valores, destruirlos. Y en el ADN del pueblo estadounidense está la paranoia y el miedo a lo diferente, a los invasores, ya sean latinos, extraterrestres, rusos o de Medio Oriente. Y es el miedo el principal sentimiento que hace a las democracias moverse sin pensar víctimas colaterales. De eso se aprovecha Trump y en medio todos nosotros.