Alguien más ha escuchado aquel éxito de Alejandra Guzmán durante la emergencia sanitaria: “Ni siquiera me creo tus cuentos, no lo intentes más, no te acerques que quiero y no quiero dejarme atrapar… Crisis brutal (crisis, crisis)”, se llama “Un grito en la noche” y a varios les viene a la mente para hablar de la actuación gubernamental por la pandemia del coronavirus COVID-19.
Empecemos por Donald Trump, quien afirmó el 10 de febrero: “Para abril o durante abril, el calor habitualmente mata a este tipo de virus”. El 11 de marzo anunció restricciones para viajar a Europa, el 17 de marzo afirmó que sabía “desde hace mucho”, ese día había 4 mil 400 personas contagiadas y 87 muertos.
Pero a inicios de abril el virus no murió por el calor: había 17 mil fallecimientos y 473 mil casos positivos. El presidente estadounidense rompió todas las reglas de las crisis: no asumió el error, no planteó escenarios posibles, no tomó medidas de prevención y lo más importante, dejó que el tiempo pasara. El problema le estalló en las manos.
El caso de España fue dramático. El primer caso de coronavirus se registró el 31 de enero. Todo febrero se atendieron temas domésticos. El 8 de marzo el partido en el poder convocó a “llenar las calles” por el Día internacional de la mujer, ya había 17 muertos y ninguna medida preventiva. El 13 de marzo de ordena el confinamiento en casa y los fallecidos sumaron 100, el día 29 se suspenden todas las actividades no esenciales, dos meses después. Al día siguiente se anuncia que el vocero de Sanidad, Fernando Limón dio positivo a la prueba de COVID-19.
España y su presidente, Pedro Sánchez, menospreciaron la rapidez con la que avanzó el coronavirus y se mantuvieron en sus problemas internos. Casi mes y medio tardaron en modificar su relato, se les acusó de no ser honestos y transparentes como dictan los cánones de la atención de las crisis.
En México el primer caso de COVID-19 se diagnóstico el 28 de febrero y lo anunció el presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia matutina. El 14 de marzo Hugo López-Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción es nombrado único vocero sobre el avance del coronavirus en México, se anuncia que las medidas que se tomen serán con base en lineamientos de la Organización Mundial de la Salud y comienza la campaña “Susana Distancia”. El primer fallecimiento se dio el día 18, dos días después se suspendieron clases. El día 28 se anuncia la campaña “Quédate en casa”.
El 30 de marzo se anuncia que México se encuentra en emergencia sanitaria, se suspenden eventos masivos y actividades no esenciales con mil 94 casos confirmados y 28 fallecimientos.
Las diferencias son notables en las acciones, planeación, discurso y la estrategia para enfrentar una inminente crisis, para la cual nadie se preparó ni respondió a tiempo. Pero en todos los casos, la falta de certeza, propiedad simbólica de las figuras de autoridad, generó incertidumbre, desinformación y falta de confianza.
En todos los países nombrados se desestimó la enfermedad, que si bien afecta a grupos focalizados de la población, una buena parte no contribuyó a detener la propagación del virus. Nadie creyó que la crisis le estallara en las manos, nadie adquirió insumos, amplió su sistema de Salud para atender los casos, todos se vieron rebasados, no fue suficiente el dinero para un tema elemental: en pleno siglo 21 y a pesar de las advertencias de los economistas, solo unos cuantos países del mundo entendieron la importancia de tener sistemas de salud fortalecidos, la crisis inició ahí. “Crisis brutal”, diría La Guzmán.