El pasado julio, nada más de ver juntos a los presidentes de México y Estados Unidos, Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump, llegó a mi mente este éxito de Intocable: “¿Qué más quieres de mí? Mi vida te la di, por tan solo un minuto, por tan solo un poquito de tu gran pasión. ¿Y todo para qué? Si al final yo perdí, pero no me arrepiento si en cada momento, me hiciste feliz”. Los mandatarios celebraron la entrada en vigor del T-Mec, el nuevo tratado de libre comercio entre ambos países y Canadá, que se logró concretar tras meses de negociaciones, que pocos se acuerdan, fueron ásperas y complicadas.
En el documento que entró en vigor se apuntaló con diversas leyes mexicanas que fueron modificadas y actualizadas para modernizar la relación comercial entre los países. Hay un elemento a destacar, el cual está relacionado a la nueva economía mundial: la protección de derechos de propiedad intelectual, con los cuales, las grandes marcas no podrán utilizar, por ejemplo, diseños de artesanos mexicanos en sus prendas sin pagar por su utilización.
Las modificaciones a las leyes incluyeron modificaciones al Código Penal Federal para castigar la piratería cinematográfica, una demanda hollywoodense. También se protegió a las empresas de comunicación y fabricantes de celulares, que no pueden ser modificados de ninguna manera.
Las innovaciones de ambos países quedan protegidas y reconocidas, además se ajustan los plazos de protección de derechos industriales. También algunas normas mexicanas se armonizaron con estándares internacionales, por ejemplo en medidas fitosanitarias, para agilizar el comercio. El T-Mec obligó a México a elevar sus parámetros de competencia y modernizar normatividades que tenía hasta tres décadas sin siquiera atenderlas como un asunto de intereses nacionales, esa es la parte positiva de las negociaciones que iniciaron hace más de dos años.
Los principales beneficiarios son los monstruos de la industria tecnológica, de entretenimiento y productores de innovación, que en el tratado salvaguardan al producto terminado que se produce en México y regresa empaquetado para su consumo. Lo que debe entenderse es que la intención
es poner una cancha donde todos puedan competir en igualdad de circunstancias. Las quejas amargas ya surgieron respecto a que el T-Mec beneficia a Estados Unidos, claro, ¿qué esperaban de una economía de 20.4 billones de dólares? ¿Querían que regalara los productos de su agricultura, su manufactura y desarrollos tecnológicos? ¿Qué industria o comerciante hace eso? En su poema “Me encanta Dios”, el poeta chiapaneco Jaime Sabines escribió: “El pez más grande se come al chico, la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre”.
Lo que el T-Mec debe hacer reflexionar en cómo salir del lugar 53 de competitividad, los tres lugares que se perdieron este año y cómo se enfrentará la previsión de la caída del más de 10 % del Producto Interno Bruto. Por años se ha escuchado que el país necesita diversificarse y no depender de Estados Unidos, cuya economía se contraerá en 2020 un 8 % según los pronósticos. Parece que las clases de coaching se les olvidan, entramos a la fase de aprovechar las áreas de oportunidad, no de los confesionarios y lloraderos, es ahora o nunca.
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